Hay confusiones que confunden más que otras. Y en materia de negocios pocas lo hacen tanto como la que existe entre los términos “creatividad” e “innovación”, los cuales muchas veces se usan casi indistintamente para señalar lo novedoso, lo que viene. El objetivo de este corto ensayo es arrojar un poco de luz sobre este asunto, dando claridad sobre los aspectos de cada término y en especial sobre aquello que diferencia a la creatividad de la innovación. La idea es también realizar una pequeña exploración, aventurar una hipótesis, de por qué tenemos este problema con el lenguaje y esculcar su origen, para así tratar de evitar que se repita en el futuro con otros términos.
Esta tergiversación lingüística nace, de un tipo particular de impaciencia. Nace de la falta de aplomo y del afán del ser humano por dominar el mundo a través de las palabras, del deseo apresurado de querer convencer a los demás agarrando lo que se tenga a la mano, incluyendo conceptos desconocidos. El lenguaje se abandona entonces a nuestro mero querer, a modo de instrumento de dominación sobre las cosas. Este proceso, sin embargo, es ante todo una traición a nosotros mismos, pues el pensar estratégico siempre ha estado íntimamente relacionado con el nombrar, con el difícil arte de llamar las cosas adecuadamente. Cuando dejamos de hacerlo, los principales perjudicados somos nosotros mismos y nuestros clientes, pues perdemos la principal herramienta del pensar, el lenguaje. Nuestra mente comienza entonces a enredarse y sacrificamos el pensamiento creativo que tanto anhelamos.
La creatividad es la capacidad que tiene un individuo de cambiar su perspectiva, la innovación es la capacidad que tiene una organización de modificar la realidad. Allí está la primera gran diferencia: la creatividad nace de un esfuerzo individual mientras que la innovación surge de una coordinación colectiva. Pero lo más importante, la esencia de ambos conceptos reside en lo que realmente significan. La creatividad es un atributo de flexibilidad mental y no es otra cosa que la capacidad de ver diferente, de cambiar de perspectiva. Por su parte, la innovación no es un ejercicio de abstracción sino todo lo contrario, un ejercicio de deducción. La innovación requiere modificar el mundo, la creatividad requiere modificarnos a nosotros mismos.
¿Puede entonces existir creatividad sin innovación o innovación sin creatividad? Claro que sí, es posible tener la una sin la otra y viceversa. Una compañía que sigue pensando igual y lanza un nuevo producto que resulta exitoso, ya está innovando, pues modifica el mundo, pero lo hace sin creatividad. Es una organización que cambia el mundo sin cambiar ella misma.
El caso más triste es el segundo, cuando el esfuerzo creativo de ver las cosas desde un ángulo diferente se logra, pero no se modifica el mundo. El cambio de perspectiva no logra cumplir de manera completa su misión pues falla su meta de modificar la realidad. Hay creatividad, pero no hay innovación. Nos transformarnos a nosotros mismos, pero perdemos la batalla contra el anaquel que acumula proyectos debidamente encuadernados y nuestras ideas terminan durmiendo el sueño de los justos junto a los reportes de sostenibilidad y demás revistas inservibles.
Sea como fuere, más vale llamar las cosas por su nombre para facilitarnos la vida. Reconocer la naturaleza de estos dos términos puede traernos enormes beneficios, no solo porque no hablaremos de forma irresponsable, sino porque trataremos diferente lo que es distinto. Reconoceremos que cuando se está en modo creativo no es importante preocuparse por el hacer, sino todo lo contrario. Es necesario poner en marcha el soñar, dándole rienda suelta a esa imaginación que permite visualizar las cosas desde una ventana fresca. Una capacidad que realmente necesitamos por estos días.